
Ahir al matí, una amiga em comentava els problemes de lectura que tenen alguns adolescents avui en dia. Bé, el meu cervell, com sempre, va començar a saltar d’una cosa a l’altre i això m’ha portat -ja aquest matí- a recordar un poema molt divertit, en castellà, que el meu pare ens recitava de petits i que, a part de fer-nos riure, ens admirava com podia saber “tot allò” de memòria!
He pensat que en podria fer un post de divendres (
Carmeeee!! Ets aquí?) i copiar-lo. Pensava que us podria fer gràcia o que potser, fins i tot, alguns el coneixeríeu...
El problema és que, quan he començat la meva cerca googleiana, m’he trobat un munt d'informació contradictòria: webs on sortia com a “
poema anónimo”, altres a “
poesía hasta el siglo XV”, finalment he trobat un lloc on deia que l’autor era
Joaquín Abati y Díaz (Madrid, 29 de junio de 1865 - Madrid, 30 de julio de 1936) i, buscant aquest escriptor a la Wikipedia, efectivament, el citava com autor del divertit poema. Així doncs, jo, “
más chula que un ocho” (ui, ara he recordat el post d’en
Jordi de la Banyera d’ahir hehe, veieu com salta el meu cap d'una cosa a l'altre?) entro en un dels blogs on deia que era anònim i que, a més, tenia una errada als dos primers versos, i els hi poso això:

Però, just acabava de fer la meva gran demostració d’erudició, quan trobo un vídeo a YouTube que diu que l’autor no és Joaquín Abati sinó
Juan Pérez Zúñiga i, de la forma en que està posat, em sembla més creïble. A més, que hi ha un comentari amb explicacions força precises.
Però... aaaah!! Jo ja havia tancat la pàgina on havia posat que era una obra d'Abati!! I això no ho podia permetre!! Jo mateixa estava ajudant a consolidar
una errada a la xarxa... Llavors no trobava quina pàgina era... i vinga a buscar... quin patiment!!... i no hi havia forma i jo pensant “
Assumpta, sempre has de ficar cullerada a tot arreu, si no haguessis dit res... si ells volien dir que era anònim, deixa’ls. Si al cap i a la fi era un post de l’any 2009”... Però sóc tossuda i, finalment, he pogut tornar a trobar la “ditxosa” pàgina (confesso que, en un moment de desesperació he estat a punt de demanar ajut a en
McAbeu, que ell ho troba TOT... però què li deia? això?: “
Mac, he deixat un comentari a un lloc, he ficat la pota, ho vull arreglar i no ho trobo... busca per la xarxa a veure si el trobes, si us plau. Quan ho tinguis m'envies un mail. I moltes gràcies!” Potser hagués estat un pèl abusiu.
Al final l’he trobat perquè, com he recordat que tenia aquella errada que he dit als primers versos, he googlejat amb els versos equivocats i m’ha sortit; llavors els he deixat aquest altre comentari, en el que no em comprometia a res:

I bé, per acabar, aquí teniu el preciós poema:
A cuatro leguas de Pinto
y a treinta de Marmolejo,
existe un castillo viejo
que edificó Chindasvinto.
Perteneció a un gran señor
algo feudal y algo bruto;
se llamaba Sisebuto,
y su esposa, Leonor,
y Cunegunda su hermana,
y su madre Berenguela,
y una prima de su abuela
atendía por Mariana.
Y su cuñado, Vitelio,
y Cleopatra su tía,
y su nieta Rosalía,
y el hijo mayor, Rogelio.
Era una noche de invierno,
noche cruda y tenebrosa,
noche sombría, espantosa,
noche atroz, noche de infierno,
noche fría, noche helada,
noche triste, noche oscura,
noche llena de amargura,
noche infausta, noche airada.
En un gótico salón
dormitaba Sisebuto,
y un lebrel seco y enjuto
roncaba en el portalón.
Con quejido lastimero
el viento fuera silbaba,
e imponente se escuchaba
el ruido del aguacero.
Cabalgando en un corcel
de color verde botella,
raudo como una centella
llega al castillo un doncel.
Empapada trae la ropa
por efecto de las aguas,
¡como no lleva paraguas
viene el pobre hecho una sopa!
Salta el foso, llega al muro,
la poterna está cerrada.
- ¡Me ha dado mico mi amada!
-exclama-. ¡Vaya un apuro!
De pronto, algo que resbala
siente sobre su cabeza,
extiende el brazo, y tropieza
¡con la cuerda de una escala!
- ¡Ah!... -dice con fiero acento.
- ¡Ah!... -vuelve a decir gozoso.
- ¡Ah!... -repite venturoso.
- ¡Ah!... -otra vez, y así, hasta ciento.
Trepa que trepa que trepa,
sube que sube que sube,
en brazos cae de un querube,
la hija del conde... la Pepa.
En lujoso camarín
introduce a su adorado,
y al notar que está mojado
le seca bien con serrín.
- Lisardo... mi bien, mi anhelo,
único ser que yo adoro,
el de los cabellos de oro,
el de la nariz de cielo,
¿qué sientes, di, dueño mío?,
¿no sientes nada a mi lado?,
¿que sientes, Lisardo amado?
Y él responde: - Siento frío.
- ¿Frío has dicho? Eso me espanta.
¿Frío has dicho? eso me inquieta.
No llevarás camiseta
¿verdad?... pues toma esta manta.
- Y ahora hablemos del cariño
que nuestras almas disloca.
Yo te amo como una loca.
- Yo te adoro como un niño.
- Mi pasión raya en locura,
si no me quieres, me mato.
- La mía es un arrebato.
si me olvidas, me hago cura.
- ¿Cura tú? ¡Por Dios bendito!
No repitas esas frases,
¡en jamás de los jamases!
¡Pues estaría bonito!
Hija soy de Sisebuto
desde mi más tierna infancia,
y aunque es mucha mi arrogancia,
y aunque es un padre muy bruto,
y aunque temo sus furores,
y aunque sé a lo que me expongo,
huyamos... vamos al Congo
a ocultar nuestros amores.
- Bien dicho, bien has hablado,
huyamos aunque se enojen,
y si algún día nos cogen,
¡que nos quiten lo bailado!
En esto, un ronco ladrido
retumba potente y fiero.
- ¿Oyes? -dice el caballero-,
es el perro que me ha olido.
Se abre una puerta excusada
y, cual terrible huracán,
entra un hombre..., luego un can...,
luego nadie..., luego nada...
- ¡Hija infame! -ruge el conde.
¿Qué haces con este señor?
¿Dónde has dejado mi honor?
¿Dónde?, ¿dónde?, ¿dónde?, ¿dónde?
Y tú, cobarde villano,
antipático, repara
cómo señalo tu cara
con los dedos de mi mano.
Tan grande fué el bofetón
que el doncel, dando traspiés
hizo añicos un jarrón
de un antepasado inglés.
Después, sacando un puñal,
de un solo golpe certero
le enterró el cortante acero
junto a la espina dorsal.
El joven, naturalmente,
se murió como un conejo.
Ella frunció el entrecejo
y enloqueció de repente.
También quedó el conde loco
de resultas del espanto,
y el perro... no llegó a tanto,
pero le faltó muy poco.
Desde aquel día de horror
nada se volvió a saber
del conde, de su mujer,
la llamada Leonor,
de Cunegunda su hermana,
de su madre Berenguela,
de la prima de su abuela
que atendía por Mariana,
de su cuñado Vitelio,
de Cleopatra su tía,
de su nieta Rosalía
ni de su chico Rogelio.
Y aquí acaba la leyenda
verídica, interesante,
romántica, fulminante,
estremecedora, horrenda,
que de aquel castillo viejo
entenebrece el recinto,
a cuatro leguas de Pinto
y a treinta de Marmolejo.
I aquí el vídeo on es recita un tros del mateix, segons diu, pel propi autor:
Hehehe ara me'n recordava de la
Yáiza, que es disculpa si creu que el post li ha quedat massa llarg...